A veces crees estar preparada para cualquier cosa, piensas
que no te importan ciertos aspectos físicos y ¡pum!, te inscribes a clases de
natación. En las regaderas te das cuenta que eres una mojigata, que aún te
impacta ver tantas chichis, nalgas y
pelos por todas partes.
Ellas sin pudor, como debe ser, compartiendo el shampoo, tú
un poco jorobada y ruborizada. Respiras, y piensas “chingue su madre”,
tenemos lo mismo, dejas lo toalla, y compartes regadera con una amable señora
de piel bonita, mientras ella se talla, tú la ves, nada discreta y admiras su
piel blanca sin arrugas. Le comentas que bonita piel tiene mientras se enjuaga
y tú esperas tu turno.
Ella sonríe, halagada te voltea a ver a los ojos y te agradece
el gesto. Por unos minutos olvidaste que ella, tú y otras decenas de mujeres
están desnudas.
Esperas que no se ofenda, pero por el contrario te da tips para
humectar tu piel y te dice: ¡qué firmes senos, así los tenía yo a tu edad!
Obviamente estás halagada, y lo mejor es que no piensas que te está coqueteando. Inmediatamente, te cuenta de sus hijos, de cómo aprendió a nadar, de otras
cosas.
Se visten juntas, al lado de otras mujeres maduras muy
amables, que mientras se ponen unas bragas delgadas se dejan ver los pelos desalineados. Tratas de no mirar, de concentrarte en lo tuyo, pero no puedes dejar
de mirar a tu alrededor y admirar la belleza natural de las decenas de mujeres
que están a tu lado.
Te das cuenta que olvidaste tu ropa interior, te pones los pants, la sudadera, los tenis, te despides, y sales motivada a
iniciar un nuevo día.