miércoles, 10 de diciembre de 2014

Historias de natación



A veces crees estar preparada para cualquier cosa, piensas que no te importan ciertos aspectos físicos y ¡pum!, te inscribes a clases de natación. En las regaderas te das cuenta que eres una mojigata, que aún te impacta  ver tantas chichis, nalgas y pelos por todas partes.

Ellas sin pudor, como debe ser, compartiendo el shampoo, tú un poco jorobada y ruborizada. Respiras, y piensas “chingue su madre”, tenemos lo mismo, dejas lo toalla, y compartes regadera con una amable señora de piel bonita, mientras ella se talla, tú la ves, nada discreta y admiras su piel blanca sin arrugas. Le comentas que bonita piel tiene mientras se enjuaga y tú esperas tu turno.
Ella sonríe, halagada te voltea a ver a los ojos y te agradece el gesto. Por unos minutos olvidaste que ella, tú y otras decenas de mujeres están desnudas.

 Esperas que no se ofenda, pero por el contrario te da tips para humectar tu piel y te dice: ¡qué firmes senos, así los tenía yo a tu edad! Obviamente estás halagada, y lo mejor es que no piensas que te está coqueteando. Inmediatamente, te cuenta de sus hijos, de cómo aprendió a nadar, de otras cosas.
Se visten juntas, al lado de otras mujeres maduras muy amables, que mientras se ponen unas bragas delgadas se dejan ver los pelos desalineados. Tratas de no mirar, de concentrarte en lo tuyo, pero no puedes dejar de mirar a tu alrededor y admirar la belleza natural de las decenas de mujeres que están a tu lado.
Te das cuenta que olvidaste tu ropa interior, te pones los pants, la sudadera, los tenis, te despides, y sales motivada a iniciar un nuevo día.

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