miércoles, 6 de agosto de 2014

Por la libre: Ixtapa Zihuatanejo




Uno de los viajes familiares más memorables, fue la primera vez que mis hermanos y yo viajamos solos sin nuestros papás.


Mi hermano mayor, Juan Carlos, pasó a la secundaria por mí y me dijo que nos íbamos a Ixtapa Zihuatanejo, e inventó algo que no recuerdo para que me dejarán salir y faltar a la escuela los siguientes días.

Inmediatamente tomé mis cosas y emocionada corrí hacía el auto; me había sacado de una clase aburridísima de orientación e iba a la playa con mis hermanos, mejores noticias no podía escuchar en un jueves a medio día.

Partimos por la tarde en el Tsuru de mis papás,  3 adultos (Juan Carlos, su esposa y mi hermana Brissa), dos adolescentes (mi hermano Josué y yo) y dos sobrinos bebés (Carlitos de 2 años y Karla de meses), amontonados pero emocionados nos esperaba un camino largo, trazado por la mente brillante de Juan Carlos en una guía Roji que según él cortaba camino por la sierra (ja,ja,ja,ja ¡menso!)

Viajamos hacía Toluca, Taxco y tomamos la carretera libre hacía Ixtapa Zihuatanejo, que en el mapa se apreciaba como un camino recto y mucho más corto que por la autopista, paramos al baño, nos perdimos un rato, retomamos la carretera y la noche cayó sobre nosotros entre la sierra.

El verdadero viaje, entonces inició, las curvas cada vez comenzaron a hacerse más intensas, mi sobrino Carlitos, no aguanto y vomitó sobre Isabel, su mamá, pero no podíamos parar, no había donde, los acotamientos cada vez se hacían más pequeños y los tráileres cada vez eran más lentos, tuvimos que soportar el olor durante un rato más, hasta que el viento se lo llevó.

Siguieron las curvas, Caifanes que nos había acompañado en todo el trayecto se silenció, y apareció el llanto de mi sobrina de 6 o 7 meses de edad, que gritaba más enérgicamente que el señor Saúl Hernández, mi cuñada trató de calmarla y luego de 15 minutos que parecieron 6 horas logró dormirla.
Mi sobrino de dos años se despertó sólo para vomitar ahora sobre mi hermano Josué que lo cargaba en sus piernas flacas. Tuvimos que volver a bajar las ventanas y esperar a que el viento cubriera el olor.

Nos encontrábamos probablemente a la mitad del camino en medio de la Sierra y la gasolina comenzaba a agotarse, mi hermano Juan Carlos comenzó a gritarnos ¡los odio! ¡los odio! Como para sacar la tensión entre olor a vómito, curvas, oscuridad, nerviosismo y frustración por no haber optado por la autopista, la cual era obviamente mucho más rápida, segura  y con servicios básicos como GASOLINERIAS.

Llegamos a un poblado sobre la sierra que en las ventanas tenían un letrero de “Se bende gasolina”, inmediatamente mi hermano se paró en la estrecha división de la carretera y el poblado de 5 o 6 casas.

-“No jefe, se nos acabó la gasolina, como a 10 kilómetros hay unos militares, ahí venden”- 10 kilómetros significan al menos 30 minutos por las prolongadas curvas, ya nos veíamos haciendo paradas a los tráileres por un ride para que nos llevarán con los militares por un poco de gasolina, en caso de que realmente ellos SÍ tuvieran.

Llegamos casi con las reservas, con el olor fétido de dos vomitadas, con dolor de cabeza y de trasero, pero llegamos, los militares nos vendieron gasolina y se portaron muy amables, nos advirtieron que tuviéramos cuidado “la sierra es muy peligrosa por la noche”, todos pusimos cara de miedo y continuamos con nuestro viaje.

Un chevy chocado y atravesado en medio de la carretera hizo que mi hermano pusiera en juego sus reflejos y con éxito frenó rápidamente para no estrellarnos. Con taquicardia y pálidos pudimos pasar por el acotamiento;  al principio todos pensamos en pararnos para ayudar, luego recordamos lo que nos habían dicho los militares y preferimos acelerar –no se veía nadie en el auto compacto-, así que el carro chocado quedó atrás.

Varias horas pasaron y sólo veíamos curvas, árboles, mosquitos estampados en nuestro parabrisas, por los nervios nadie pudo dormir (sólo mi sobrino que nos seguía vomitando cada vez que despertaba)

En un momento, cuando mi hermano se estaba dando por vencido, bajamos de un cerro y vimos de lejos luz, luz brillante, sonreímos y emocionados, sabíamos que por fin habíamos llegado.

“Chamagosos”, sudados, vomitados, apestosos, ojerosos y cansados, comenzamos a buscar un teléfono (en esa época no era común cargar con un celular, eso era sólo para los ricos) le hablamos a nuestra prima que nos iba a dar hospedaje, pasamos al menos buscando durante una hora su casa y al fin llegamos, descansamos un rato, nos bañamos, comimos y después salimos a buscar la pinche playa.

Tumbados en la arena, con un coco al lado, el sol pegándonos en nuestras pálidas pieles y con el sonido del mar de fondo, olvidamos momentáneamente nuestra sinuosa llegada.

El resto del viaje todo fue ja,ja,ja …glu, glu, glu… am, am, am (sonido que imita cuando estás comiendo)…

Por cierto, le mando un saludo al del velero que nos llevó por aguas abiertas, un tipo alto con piel bronceada, cabello castaño claro y largo, ojos verdes, nativo de esas costas…mmm… ¡ay los costeños!

El regreso –obviamente-fue por la autopista.

Ahora sí en el próximo capítulo la historia a San Luis Potosí, esa está más entretenida, hubo peyote y toda la cosa (tías no lean esto)

viernes, 1 de agosto de 2014

Mi primer viaje de mochilazo



Desde que hice mi primer viaje de “mochilazo” a los 18 años con dos amigos a Oaxaca, decidí y me prometí conocer un lugar diferente cada año.


Mi primer viaje fue a San José del Pacífico, un pequeño poblado que queda en la sierra de Oaxaca, camino hacia la costa, fue mi primera experiencia de “aventura”, por fin viajaba sin mis papás o a las casas de familiares de amigos.

Los tres adolescentes apenas mayores de edad, nos dejamos llevar por lo que un “cuate” le había dicho a Pepe Lalo, “láncense, San José está re chido”, y ahí fuimos los tres a descubrir el bosque de los hongos – (¡¡NO MAMÁ ahí no comí hongos!!) estúpidamente estuvimos en abril y no era temporada, los vendía en miel, pero no daban mucha confianza-. 

Inexpertos, mensos, confiados y emocionados nos subimos a distintos camiones de esos donde las aves viajan a tu lado, por la noche llegamos a un pueblo cercano pero nos tuvimos que quedar a dormir en el kiosko, porque ya eran las 7 de la noche y había partido la última combi a San José.

Luego de una hora entre curvas peligrosas y paradas en medio de la nada,  llegamos a la tierra prometida- de los hippies-buscamos “la cabaña de doña Catalina”, lugar que nos habían recomendado para quedarnos.

Una chica que preparaba café nos recibió, le preguntamos que si era la Casa de doña Cata, amablemente nos dijo que sí, pero que aún seguía dormida que nos pasáramos, la cabaña era realmente bonita, estaba no sólo en medio de la montaña sino aún costado del precipicio.

La casa de doña Catalina había sido construida por las mismas personas que llegaban ahí, podías pagar tu hospedaje de 50 pesos o contribuir con algo.

Nos sentamos  y nos maravilló una bolsa GIGANTE pero GIGANTE de mariguana, de la cual, Leo –que aún sigo en contacto con él por Facebook- se forjaba una cantidad de porros para acompañar su café. 

Inmediatamente los tres nos volteamos a ver, felices, sonriendo, sabiendo que habíamos llegado al paraíso que ese “cuate” tenía toda la razón del mundo…San José del Pacífico sí está re chido…

En la cabaña jipi–no podías bajarle a la taza si hacías del uno-,  todo era buena vibra, mucha mota, vegetales recién cortados, comida, estrellas, música, más mariguana, vino, alcohol, malabares, cerro, árboles, más mota, caminatas, historias, risas, ajedrez, más mariguana…

Hasta que…la ñoña que vive en mí, le bajo, sí, le llegó “Andrés” –eso es de revista Tú- ja,ja,ja, me llegó la regla, menstrué ¡chinga! Y entonces todo comenzó a complicarse, estaba inflamada, con cólicos insoportables, sudores nocturnos, malhumorada, no podía bañarme diario –somos jipis, goey-, iba a cada rato al baño y la doña se enojaba porque le bajaba, al parecer quería que dejará mis restos de un hijo no concebido.

Acotación: Doña Catalina es española y le encantaba preparar su famosa torta española, que por cierto está muy buena, sino te cae pesado el huevo como a mí.

Ante mi desesperación, dejé que un jipi me masajeará –ja,ja,ja,ja estaba chava- para que se me quitarán los cólicos, tontamente no me tomé un ibuprofeno y ya, no me esperé a los remedios jipis de la montaña y pues no, no sé me quitaron los cólicos hasta unos días después.

Luego de esos días “malos”, regresé a disfrutar de la noche estrellada y las pláticas de viaje que nuestros compañeros de habitación nos contaban, aunque pensaba que era muy “delicadita” y ñoña para hacer lo que ellos hacían, me daba ganas de viajar y aunque pasará malos días como los que tuve, podía conocer y experimentar cosas que la vida cotidiana a veces no permite.

Recuerdo sobre todo una noche, las estrellas estaban impactantes, les juro que nunca he vuelto a ver un cielo igual, estaba sola en la habitación, y me quedé mirando hacia las montañas, así como pelí chafa, y de repente vi una luz en medio del cerro, que prendía y apagaba, me llamó mucho la atención, porque los otros días no la había visto y no se movía, no era como que alguien andaba explorando, de repente, comenzó a darme escalofrío, mi piel se erizo, y me dio mucho miedo, no sabía porque, pero entonces entendí eso de la vibra, sentí una medio rara –mi historia chafa jipi de miedo-  quería bajar corriendo y unirme al humo, carcajadas y juegos de mesa, pero me quedé, me aguanté el miedo me hice bolita y me quedé dormida. Desperté después de un rato y no sé si fue “la sobada jipi” o qué chingados, pero vi a un hombre negro –afroamericano para los acá- junto a la puerta, no mames, les juro que yo no creo en esas mamadas, pero medio lo vi, y no, no había consumido drogas, después traté de recordar mis clases de física y ese pedo y volví a dormirme.

Al día siguiente le conté a doña Cata, me dijo que me había “visitado alguien” –pinche miedo, goooey- y supuestamente la cabaña se aparece y luego desaparece.  Cata hasta me leyó las cartas y todo el pedo, me dijo que era alguien muy fuerte pero que no superaba mis miedos internos… eso me dice psicoanalista y me cobra por hora ¡chale!
Obvio todo fue una anécdota, y probablemente usted se esté riendo de mí ahora, yo lo haría con mucha fuerza, pero así fue mi primera experiencia jipi con historia de terror y toda la cosa.

Mis amigos querían seguir viajando hacía la playa, yo sólo quería regresarme, dormir en mi cama y que mi mamá me abrazará ¡¡¡noña!!! Así que me regresé pa`mi Jilo, no recuerdo si ellos si se fueron a la playa o se regresaron conmigo.

***Lastima que no sé donde se quedaron esas fotos. No tenía facebook***

¿Diego y Lalo se fueron con los jipis o se regresaron conmigo?

en el próximo capítulo: mi viaje a San Luis Potosí con unos morros que acaba de conocer en un curso de cine, goeeyyy, así era de radical y aventurera…ja,ja,ja,ja

Ramona II parte va a tardar

Les debo la continuación de mi oda a Ramona, pero ando enojada con ella porque sigue orinando y cagando mi casa...así que será pospuesta para cuando la perdone :p