viernes, 1 de agosto de 2014

Mi primer viaje de mochilazo



Desde que hice mi primer viaje de “mochilazo” a los 18 años con dos amigos a Oaxaca, decidí y me prometí conocer un lugar diferente cada año.


Mi primer viaje fue a San José del Pacífico, un pequeño poblado que queda en la sierra de Oaxaca, camino hacia la costa, fue mi primera experiencia de “aventura”, por fin viajaba sin mis papás o a las casas de familiares de amigos.

Los tres adolescentes apenas mayores de edad, nos dejamos llevar por lo que un “cuate” le había dicho a Pepe Lalo, “láncense, San José está re chido”, y ahí fuimos los tres a descubrir el bosque de los hongos – (¡¡NO MAMÁ ahí no comí hongos!!) estúpidamente estuvimos en abril y no era temporada, los vendía en miel, pero no daban mucha confianza-. 

Inexpertos, mensos, confiados y emocionados nos subimos a distintos camiones de esos donde las aves viajan a tu lado, por la noche llegamos a un pueblo cercano pero nos tuvimos que quedar a dormir en el kiosko, porque ya eran las 7 de la noche y había partido la última combi a San José.

Luego de una hora entre curvas peligrosas y paradas en medio de la nada,  llegamos a la tierra prometida- de los hippies-buscamos “la cabaña de doña Catalina”, lugar que nos habían recomendado para quedarnos.

Una chica que preparaba café nos recibió, le preguntamos que si era la Casa de doña Cata, amablemente nos dijo que sí, pero que aún seguía dormida que nos pasáramos, la cabaña era realmente bonita, estaba no sólo en medio de la montaña sino aún costado del precipicio.

La casa de doña Catalina había sido construida por las mismas personas que llegaban ahí, podías pagar tu hospedaje de 50 pesos o contribuir con algo.

Nos sentamos  y nos maravilló una bolsa GIGANTE pero GIGANTE de mariguana, de la cual, Leo –que aún sigo en contacto con él por Facebook- se forjaba una cantidad de porros para acompañar su café. 

Inmediatamente los tres nos volteamos a ver, felices, sonriendo, sabiendo que habíamos llegado al paraíso que ese “cuate” tenía toda la razón del mundo…San José del Pacífico sí está re chido…

En la cabaña jipi–no podías bajarle a la taza si hacías del uno-,  todo era buena vibra, mucha mota, vegetales recién cortados, comida, estrellas, música, más mariguana, vino, alcohol, malabares, cerro, árboles, más mota, caminatas, historias, risas, ajedrez, más mariguana…

Hasta que…la ñoña que vive en mí, le bajo, sí, le llegó “Andrés” –eso es de revista Tú- ja,ja,ja, me llegó la regla, menstrué ¡chinga! Y entonces todo comenzó a complicarse, estaba inflamada, con cólicos insoportables, sudores nocturnos, malhumorada, no podía bañarme diario –somos jipis, goey-, iba a cada rato al baño y la doña se enojaba porque le bajaba, al parecer quería que dejará mis restos de un hijo no concebido.

Acotación: Doña Catalina es española y le encantaba preparar su famosa torta española, que por cierto está muy buena, sino te cae pesado el huevo como a mí.

Ante mi desesperación, dejé que un jipi me masajeará –ja,ja,ja,ja estaba chava- para que se me quitarán los cólicos, tontamente no me tomé un ibuprofeno y ya, no me esperé a los remedios jipis de la montaña y pues no, no sé me quitaron los cólicos hasta unos días después.

Luego de esos días “malos”, regresé a disfrutar de la noche estrellada y las pláticas de viaje que nuestros compañeros de habitación nos contaban, aunque pensaba que era muy “delicadita” y ñoña para hacer lo que ellos hacían, me daba ganas de viajar y aunque pasará malos días como los que tuve, podía conocer y experimentar cosas que la vida cotidiana a veces no permite.

Recuerdo sobre todo una noche, las estrellas estaban impactantes, les juro que nunca he vuelto a ver un cielo igual, estaba sola en la habitación, y me quedé mirando hacia las montañas, así como pelí chafa, y de repente vi una luz en medio del cerro, que prendía y apagaba, me llamó mucho la atención, porque los otros días no la había visto y no se movía, no era como que alguien andaba explorando, de repente, comenzó a darme escalofrío, mi piel se erizo, y me dio mucho miedo, no sabía porque, pero entonces entendí eso de la vibra, sentí una medio rara –mi historia chafa jipi de miedo-  quería bajar corriendo y unirme al humo, carcajadas y juegos de mesa, pero me quedé, me aguanté el miedo me hice bolita y me quedé dormida. Desperté después de un rato y no sé si fue “la sobada jipi” o qué chingados, pero vi a un hombre negro –afroamericano para los acá- junto a la puerta, no mames, les juro que yo no creo en esas mamadas, pero medio lo vi, y no, no había consumido drogas, después traté de recordar mis clases de física y ese pedo y volví a dormirme.

Al día siguiente le conté a doña Cata, me dijo que me había “visitado alguien” –pinche miedo, goooey- y supuestamente la cabaña se aparece y luego desaparece.  Cata hasta me leyó las cartas y todo el pedo, me dijo que era alguien muy fuerte pero que no superaba mis miedos internos… eso me dice psicoanalista y me cobra por hora ¡chale!
Obvio todo fue una anécdota, y probablemente usted se esté riendo de mí ahora, yo lo haría con mucha fuerza, pero así fue mi primera experiencia jipi con historia de terror y toda la cosa.

Mis amigos querían seguir viajando hacía la playa, yo sólo quería regresarme, dormir en mi cama y que mi mamá me abrazará ¡¡¡noña!!! Así que me regresé pa`mi Jilo, no recuerdo si ellos si se fueron a la playa o se regresaron conmigo.

***Lastima que no sé donde se quedaron esas fotos. No tenía facebook***

¿Diego y Lalo se fueron con los jipis o se regresaron conmigo?

en el próximo capítulo: mi viaje a San Luis Potosí con unos morros que acaba de conocer en un curso de cine, goeeyyy, así era de radical y aventurera…ja,ja,ja,ja

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