Uno de los viajes familiares más memorables, fue la primera
vez que mis hermanos y yo viajamos solos sin nuestros papás.
Mi hermano mayor, Juan Carlos, pasó a la secundaria por mí y
me dijo que nos íbamos a Ixtapa Zihuatanejo, e inventó algo que no recuerdo
para que me dejarán salir y faltar a la escuela los siguientes días.
Inmediatamente tomé mis cosas y emocionada corrí hacía el
auto; me había sacado de una clase aburridísima de orientación e iba a la playa
con mis hermanos, mejores noticias no podía escuchar en un jueves a medio día.
Partimos por la tarde en el Tsuru de mis papás, 3 adultos (Juan Carlos, su esposa y mi hermana
Brissa), dos adolescentes (mi hermano Josué y yo) y dos sobrinos bebés
(Carlitos de 2 años y Karla de meses), amontonados pero emocionados nos
esperaba un camino largo, trazado por la mente brillante de Juan Carlos en una
guía Roji que según él cortaba camino por la sierra (ja,ja,ja,ja ¡menso!)
Viajamos hacía Toluca, Taxco y tomamos la carretera libre
hacía Ixtapa Zihuatanejo, que en el mapa se apreciaba como un camino recto y
mucho más corto que por la autopista, paramos al baño, nos perdimos un rato,
retomamos la carretera y la noche cayó sobre nosotros entre la sierra.
El verdadero viaje, entonces inició, las curvas cada vez
comenzaron a hacerse más intensas, mi sobrino Carlitos, no aguanto y vomitó
sobre Isabel, su mamá, pero no podíamos parar, no había donde, los acotamientos
cada vez se hacían más pequeños y los tráileres cada vez eran más lentos,
tuvimos que soportar el olor durante un rato más, hasta que el viento se lo
llevó.
Siguieron las curvas, Caifanes que nos había acompañado en
todo el trayecto se silenció, y apareció el llanto de mi sobrina de 6 o 7 meses
de edad, que gritaba más enérgicamente que el señor Saúl Hernández, mi cuñada
trató de calmarla y luego de 15 minutos que parecieron 6 horas logró dormirla.
Mi sobrino de dos años se despertó sólo para vomitar ahora
sobre mi hermano Josué que lo cargaba en sus piernas flacas. Tuvimos que volver
a bajar las ventanas y esperar a que el viento cubriera el olor.
Nos encontrábamos probablemente a la mitad del camino en
medio de la Sierra y la gasolina comenzaba a agotarse, mi hermano Juan Carlos
comenzó a gritarnos ¡los odio! ¡los odio! Como para sacar la tensión entre olor
a vómito, curvas, oscuridad, nerviosismo y frustración por no haber optado por
la autopista, la cual era obviamente mucho más rápida, segura y con servicios básicos como GASOLINERIAS.
Llegamos a un poblado sobre la sierra que en las ventanas
tenían un letrero de “Se bende gasolina”,
inmediatamente mi hermano se paró en la estrecha división de la carretera y el
poblado de 5 o 6 casas.
-“No jefe, se nos acabó la gasolina, como a 10 kilómetros
hay unos militares, ahí venden”- 10 kilómetros significan al menos 30 minutos
por las prolongadas curvas, ya nos veíamos haciendo paradas a los tráileres por
un ride para que nos llevarán con los militares por un poco de gasolina, en
caso de que realmente ellos SÍ tuvieran.
Llegamos casi con las reservas, con el olor fétido de dos
vomitadas, con dolor de cabeza y de trasero, pero llegamos, los militares nos
vendieron gasolina y se portaron muy amables, nos advirtieron que tuviéramos
cuidado “la sierra es muy peligrosa por la noche”, todos pusimos cara de miedo
y continuamos con nuestro viaje.
Un chevy chocado y atravesado en medio de la carretera hizo
que mi hermano pusiera en juego sus reflejos y con éxito frenó rápidamente para
no estrellarnos. Con taquicardia y pálidos pudimos pasar por el
acotamiento; al principio todos pensamos
en pararnos para ayudar, luego recordamos lo que nos habían dicho los militares
y preferimos acelerar –no se veía nadie en el auto compacto-, así que el carro
chocado quedó atrás.
Varias horas pasaron y sólo veíamos curvas, árboles, mosquitos
estampados en nuestro parabrisas, por los nervios nadie pudo dormir (sólo mi
sobrino que nos seguía vomitando cada vez que despertaba)
En un momento, cuando mi hermano se estaba dando por
vencido, bajamos de un cerro y vimos de lejos luz, luz brillante, sonreímos y
emocionados, sabíamos que por fin habíamos llegado.
“Chamagosos”, sudados, vomitados, apestosos, ojerosos y
cansados, comenzamos a buscar un teléfono (en esa época no era común cargar con
un celular, eso era sólo para los ricos) le hablamos a nuestra prima que nos
iba a dar hospedaje, pasamos al menos buscando durante una hora su casa y al
fin llegamos, descansamos un rato, nos bañamos, comimos y después salimos a
buscar la pinche playa.
Tumbados en la arena, con un coco al lado, el sol pegándonos
en nuestras pálidas pieles y con el sonido del mar de fondo, olvidamos momentáneamente
nuestra sinuosa llegada.
El resto del viaje todo fue ja,ja,ja …glu, glu, glu… am, am,
am (sonido que imita cuando estás comiendo)…
Por cierto, le mando un saludo al del velero que nos llevó
por aguas abiertas, un tipo alto con piel bronceada, cabello castaño claro y
largo, ojos verdes, nativo de esas costas…mmm… ¡ay los costeños!
El regreso –obviamente-fue por la autopista.
Ahora sí en el próximo capítulo la historia a San Luis Potosí, esa está más entretenida, hubo peyote y toda la cosa (tías no lean esto)
No hay comentarios:
Publicar un comentario