martes, 3 de febrero de 2015

Un sándwich en el buffet



Siempre quise ir a Cuba. El descubrimiento del marxismo en la preparatoria, leer el Manifiesto Comunista en la universidad y haber estudiado en la UAM Xochimilco, me hizo añorar la isla de la resistencia, enaltecer la figura de la revolución, odiar al rapaz y atroz capitalismo.  Aunque no tenía problema –sigo sin tenerlo- en usar mi computadora Dell, mis tenis Converse y escuchar a todo volumen a Nirvana en mi Ipod, en el cual también sonaba –suena- Rage Against the Machine.

Luego de hacer trámites, gastar casi el 99.9% de lo que tenía ahorrado, conseguir acompañantes, me encontré arribando a un aeropuerto más parecido a una central de autobuses, haciendo cola para pasar la aduana donde un fortachón y mal encarado cubano sudado me daba la bienvenida con el gusto y calidez de cualquier burócrata.

Nos recogió el transporte de la agencia de  viajes. Mientras recorríamos el trayecto del aeropuerto al hotel, fui admirando una Habana estancada en el tiempo. Los automóviles parecían sacados de un museo y de una película de Hitchcock. Los edificios antiguos llenos de moho y óxido por todas partes, hicieron exclamar a mi hermana “está bien pinche feo”. Yo sonreí. Le  dije: así se vive la resistencia.  El chofer se rio con justa razón de mí.

Llegamos a nuestro  “hospedaje de 4 estrellas”. Un hotel de los años 30 que no había recibido mantenimiento desde la Revolución Cubana. Un botones con un traje de la misma edad que el hotel, pero eso sí muy limpio, nos recibió con una gran sonrisa blanca. Se  encargó de la maleta de kilos extras e innecesarios de mi hermana.  Una simpática mulata explicó  los horarios del buffet para el desayuno y uno que otro detalle que ignoré.

Al llegar a la habitación saqué de  inmediato  el  itinerario que había hecho con semanas de anticipación de todos los lugares que debía conocer, el Teatro Marx, el Museo de la Revolución, la Floridita, el Parque Lennon -donde Chris Cornell se había tomado una foto-, etc, etc
****************A lo cubano******************************************* 
Salimos del hotel entusiasmados por conocer La Habana.  El botones nos recomendó tomar un tour con su amigo Pepe, un guía que contaba con su propio automóvil y te cobraba mucho más barato que “los taxis del Estado” o los paseos para turistas. Me encantó la idea de conocer La Habana en un automóvil de los años 50 color verde perico. No tardé mucho en convencer a mi novio y a mi hermana en tomarlo. Acordamos la cita para el día siguiente para conocer “la verdadera Habana”. Llegó Pepe por nosotros con unas gafas gigantes Dolce & Gabanna y con la sonrisa que caracteriza a cualquier cubano dispuesto a ganarse unos cuantos CUC. Cobró por adelantado y le dio su parte al botones. Nos explicó que los cubanos tienen que ganarse la vida de esa forma, “todo por fuera”, nada para el Estado. Después entendería esa famosa frase cubana.


Inició el  trayecto.  Emocionadísima le di mi itinerario sacado de googlear lugares que debes conocer en  Cuba, Pepe me dijo, “si mami, tranquila, que yo te voa llevar a conocer la verdadera Cuba,  esa que el Estado no quiere que conozcas”.

La primera parada fue una fábrica de Ron “Legendario”, no tardé  en darme cuenta que a cada lugar que nos llevaba Pepe, era para comprar algo, como la aplican todos los guías turísticos. No me molestó. Quería comprar ron y ese es el mejor ron que alguien puede comprar. En la fábrica nos dieron una explicación detallada,  pero nada interesante, del proceso para hacer ron artesanal como lo hacen desde hace décadas.  Según Pepe la industria está paralizada y el gobierno no invierte en nada. 

Mientras que nos daban la aburrida charla y sonreíamos como si nos interesara, volteé hacia la caja, donde una morenaza de fuego cobraba. La chica con una blusa blanca ajustada que resaltaba sus atributos cubanos –los cuales envidio un poquito y admiro mucho- me sonrió. Le  devolví la sonrisa. La seguí admirando hasta que tuve que pasar a un cuarto donde estaban las barricas con una fotografía de Fidel mirando fijamente a la izquierda.

Salimos de la fábrica con copa en mano y 6 botellas para “los amigos”. En el auto, le pregunté a mi novio que si había visto a la chica de la caja. Con una sonrisa que me provocó un poco de celos pero que entendí perfectamente, me dijo ¡seeeeeeeeeé!  Todavía sigue mencionándola con sus amigos cuando recuerda el viaje a Cuba. Estoy casi segura de que se arrepiente de haber ido conmigo.

Fuimos a la Plaza de la Revolución, al Parque Lennon, a un bosque o algo así, a la zona donde están todas las embajadas y donde te das cuenta que en Cuba también hay clases sociales y desigualdad económica, aunque no tan marcada como en México, pero la hay; al Capitolio que estaba en restauración desde hace años.

Para finalizar el recorrido  Pepe nos llevó a las “zonas pobres de Cuba” para que donáramos dinero a las familias que vivían ahí. Tal acción me causó un poco de indignación. Yo  no los vi pobres.  Si vivieran en México, seguramente el gobierno los consideraría de clase media baja porque tenían piso firme, 6 focos, estufa de gas y baño. Quisieron causarnos lástima con el discurso “nosotros no podemos comprar nada”.

Pepe, le  dije al guía,  ellos no son pobres, en México existe la verdadera pobreza. Oye chica, bueno, pero nosotros no podemos viajar, ni comprar nada, respondió. Lo miré fijamente y muy firme le dije: millones de mexicanos tampoco.

Subimos al auto. Pepe cambió totalmente con nosotros. La amabilidad que había mostrado durante todo el trayecto, se había acabado, porque no fuimos lo suficientemente humanos como las decenas de europeos que lleva a las mismas  casas y donan hasta los tenis que traen. Nos dejó en el centro de La Habana donde caminamos y fuimos por un Daikiri a La Floridita. Una estatua de Hemingway enmarca el lugar. Obviamente me saqué una foto echando copa con el Cazador.

************** Carne de exportación***********************

Mi hermana quería ir a un antro. Yo sólo había considerado cantinas y bares en el itinerario, pero antros no. Tuvimos que recurrir a la recepción del hotel para que nos recomendara un lugar. La recepcionista –que estoy casi segura que nunca había ido al lugar que nos recomendó- nos dijo que uno de los lugares más famosos para ir a bailar es la Casa de la Música.

Después de un baño y buscar el atuendo adecuado partimos a la Casa de la Música. Pagamos 20 CUC y entramos. Una banda en vivo y decenas de chicas con atuendos ajustados, muuuuy,  ajustados nos recibieron. Inmediatamente los tres reconocimos el burdel en el que nos encontrábamos. Comenzamos a reír, pensamos en salirnos, pero ya habíamos pagado.  Decidimos quedarnos.

Nos dieron una mesa cerca de la pista de baile. Pedimos dos mojitos y una cerveza. Una chica se acercó a mi novio y le pidió que le comprara una cerveza. Él le dijo que venía acompañado y me señaló.  La  chica me miró con desprecio y exclamó: ¡trajiste sándwich al buffet! Yo no supe si reír o llorar. Preferí lo primero, aunque toda la noche me sentí exactamente así como un sándwich entre tanta carne de exportación. 

********** Al pie de la letra*******************************************

En los próximos días de nuestra estancia en la Habana seguimos el itinerario al pie de la letra. Vimos el busto de Lázaro Cárdenas en la Universidad de La Habana, conocimos de cerca la triste museografía del Museo de la Revolución, nos echamos un Negrón en el bar donde Fidel y El Che se reunían.  Subimos a la guagua (el camión cubano), nos sentamos en las plazas a escuchar Chan Chan; compré muchas películas cubanas. Mi hermana y mi novio bebieron café y fumaron puros como si no existiera el mañana -yo soy tan ñoña que soy alérgica a ambos. Nos hicieron una limpia en el Callejón del Hamel, comimos en un paladar una deliciosa langosta con moros y cristianos…

Así fue mi viaje a Cuba. Algún día quiero regresar  a ver de cerca los cambios que se les avecinan con su apertura al mundo exterior. Espero de todo corazón que sobreviva su ingenio, su carisma y esas deliciosas costillitas BBQ con yuca frita que venden frente al malecón.