jueves, 1 de agosto de 2013

Lecturas de media noche

Las ideas más interesantes que he tenido han sido de otros, lo más triste es que me doy cuenta demasiado tarde.

Andaba releyendo Trópico de Capricornio y comparando un fragmento con mis notas de hace unos días, me di cuenta que eran muy parecidos, supongo que mi mente absorbió la idea y la hizo tan suya, que en un momento –que creí de lucidez- plagié a Henry Miller.

Una vez, un amigo me dijo que él antes creía que las ideas andaban por ahí sueltas y que uno se topaba de vez en cuando con ellas y las hacía suyas. Ahora yo también lo creo. Ok, no. ¿O habría sido Platón?

Eso me ayudaría a creer un poco más en mí y en la humanidad. Si todos pudiéramos tener las mismas ideas que los grandes, probablemente no seríamos tan tontos.

Aunque Sartre vendría a pegarme unos madrazos por la pendejada que estoy escribiendo –si pudiera hablarme, aunque a pesar de que pudiera no creo que lo hiciera-, que se es escritor no por el hecho de haber elegido ciertas cosas,  sino por la forma en que se han dicho.

Pero bueno, eso me sirvió para darme cuenta que ni siquiera tengo mis propias ideas y mucho menos sé cómo darles forma para que suenen un tanto decentes.
Empero, ya citando a Miller “el significado de un libro radica en que el propio libro desaparezca de la vista, en que se lo mastique vivo, se lo digiera e incorpore al organismo como carne y sangre, que a su vez, crean nuevo espíritu y dan forma al mundo”.

¡Ay, ay la significación! Tan bonitas esas cosas de que el sujeto lee algo, lo apropia a tal punto que el sentido de la obra radica en un proceso complejo (que no estoy apta para explicar) y ¡pum!
 Ese Miller rifaba muy cabrón, mi MAESTRO de la universidad me explicó la experiencia estética en varios trimestres, él en unos renglones la evocó y me hizo comprenderla.

“La noche que me senté a leer a Dostoievski por primera vez fue un acontecimiento en mi vida, más importante incluso que mi primer amor. Fue el primer acto deliberado, consciente, que tuvo sentido para mí; cambio la faz del mundo por completo. Ya no sé si es verdad que el reloj se paró en aquel momento, cuando alcé la vista del primer trago intenso. Fue mi primer vislumbre del alma del hombre, ¿o debería decir que Dostoievski fue el primer hombre que me reveló su alma?” (Miller, 1996)

 A lo largo de mis 26 años creo que he tenido algunas experiencias similares, y créanme las agradezco profundamente, sino las hubiera tenido probablemente estaría todavía más aburrida y triste de lo que ahora estoy.

La primera, fue cuando leí mi primer libro de verdad, Werther de Goethe, me quedé totalmente paralizada al tratar de descifrar el impulso de Werther que lo llevo a suicidarse por amor. Si ahora un puberto anda leyendo esto y también quiere quitarse la vida porque la morra de la secu no le hizo caso, léase antes la obra.

Tenía 12 años y aunque no había sufrido ninguna desventura amorosa, devoré y sentí la angustia y desdicha del pobre joven Goethe*, mi vida a partir de ese instante tuvo otro sentido, fue ahí cuando los libros me atraparon y me llevaron por mejores senderos, hoy en día los libros me acompañan, aunque sea sólo en los micros, comida y en mi habitación. ¡Pinche trabajo que quita un chingo de tiempo! (Señores jefes si ustedes ven esto ignórenlo, me encanta mi trabajo)

 *Parafraseo de un fragmento de La Náusea (libro que lo leyeron porque se los dejaron en la prepa, yo no, porque en mi prepa no dejaban leer nada, y lo leí hasta la universidad. Pena ajena, güey )

*Goethe basó su novela en una desventura amorosa que tuvo cuando era joven. 

1 comentario:

  1. En la secundaria había tenido ese pensamiento. sobre las ideas solo para descubrir que platón ya lo había escrito; en la preparatoria escribí un ensayo algo breve que titule "la necesidad de la ficción" solo para que Carl Young se me hubiera adelantado... finalmente pensé que si había llegado a las conclusiones que ellos llegaron no debía estar tan errado.

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